El rostro de Leónid palideció al ver la figura de sus padres aparecer en el umbral de la puerta, cada uno de sus músculos se tensó hasta el punto del dolor. Jamás pensó que este momento llegaría y menos en esta desagradable circunstancia.
Irina Volkov, observaba la escena con asco y desagrado, como si el mundo a su alrededor le perteneciera, miró a su hijo con desdén y a Valeria con un desprecio que la hizo temblar visiblemente.
—Espero que hayas aprendido la lección de no juntarte con personas de la clase de esa... Arribista —ni siquiera le importó que Valeria aun estuviese en la sala para lanzar el insulto.
Notó al instante la incomodidad de Leónid y su mal genio afloró de inmediato y se giró para encarar a la mujer que acababa de insultarla.
—Cuide sus palabras al menos, cuando se refiera a mí porque yo no soy una cualquiera, de eso puede dar fe, su hijo —el rostro de Irina Volkov se desfiguró al punto de que hizo amago de caminar hasta donde se encontraba Valeria.
—Pero ¿qué insole