Valeria no conciliaba el sueño, en su cabeza solo daba vueltas La propuesta de Leonid Volkov que la perseguía como una voz aterradora que no se apagaba. Su voz gruesa casi distorsionada se repetía en su mente con la misma intensidad que Los relámpagos iluminaban la habitación, la torrencial lluvia golpeaba las persianas como si el mundo exterior también exigiera una respuesta rápida a esa oferta descabellada.El silencio cubría la casa de los Montenegro como un manto tenebroso que no ofrecía sosiego, solo una pesada tregua se cernía en los hombros de ella. Su madre dormía en la habitación contigua, débil, con la respiración apenas audible. Su padre evitaba el tema, inmerso en la vergüenza, y su hermano se había encerrado en sí mismo, ausente, como si el caos lo hubiera vencido.Valeria se sentó en el borde de la cama, abrazando sus rodillas. Pensó que debía haber otra solución, que no podía entregarse así, como una mera moneda de cambio. Sus pensamientos la llevaron al pasado: recordó
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