Cinco de la tarde
—Nara, por favor, prepara la cena. Bastian bajará en cualquier momento —ordenó doña Maia desde la sala, con voz dura y autoritaria.
Nara, que estaba sentada cómodamente leyendo un libro en el sofá, levantó una ceja sin dejarse alterar. Cerró el libro con calma y giró la cabeza, sin molestarse en ponerse de pie.
—Lo siento, mamá. Pero yo no soy la sirvienta —respondió con voz suave, pero firme.
Maia se levantó de golpe. Su rostro se enrojeció al instante.
—¿¡Qué dijiste!?
Entonces Nara se puso de pie, erguida, con la frente alta y sin una pizca de miedo.
—He dicho que no soy una criada. Y tampoco soy parte del personal de servicio al que puedes mandar como se te antoje.
—¡Eres una descarada! —gritó Maia, furiosa—. ¿Quién te crees que eres para hablar así en esta casa?
—Que me quede aquí por un tiempo no significa que tenga que obedecer tus órdenes. Sigo siendo la esposa legítima de Bastian. Mi estatus no ha cambiado.
Maia avanzó hacia ella con paso agresivo. Sus ojos