A las cinco de la tarde. La calle que conducía a la casa de Nara estaba desierta; solo se escuchaba el motor del coche de Eric.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Eric, echándole una mirada fugaz a Nara.
Nara estaba recostada en el asiento del copiloto.
—Sí… mucho mejor. Gracias por cuidarme antes.
Eric soltó un suspiro de alivio.
—Menos mal. Me has preocupado, ¿sabes?
Nara sonrió débilmente.
—Perdón por darte molestias.
—No es una molestia. Solo… no quiero verte enferma. Y menos ahora… que estás embarazada —dijo Eric en voz baja.
El coche se detuvo justo frente a la gran casa, silenciosa. Eric apagó el motor y observó a su alrededor.
—Parece que Bastian aún no ha llegado.
—No. Cuando trabaja fuera de la ciudad suele volver muy tarde —respondió Nara, mirando hacia el garaje.
—¿Tampoco están Verónica y tu suegra?
Nara negó con la cabeza.
—Cuando salen por la mañana así, no regresan hasta la tarde. A saber dónde estarán de compras.
Eric asintió.
—Mejor. Así puedes descansar sin tener que hab