Esa noche, la habitación estaba en silencio. La lámpara de la mesa emitía una luz tenue, suficiente solo para iluminar el rostro de Nara, que estaba sentada recostada contra el cabecero de la cama.
Eric permanecía de pie cerca de la puerta, pero su mirada no se apartaba de Nara. Sus ojos tenían un brillo intenso, aunque también cargado de duda, como si estuviera sopesando algo muy pesado.
—¿Por qué me miras así? —preguntó Nara en voz baja, intentando romper el silencio.
Eric respiró hondo y luego se acercó.
—Nara… hay algo que debo decirte.
Nara alzó las cejas, esperando que continuara.
—¿Qué?
Eric se sentó al borde de la cama, a tan solo unos centímetros de ella.
—Yo… no puedo seguir fingiendo que no siento nada. Cada día me resulta más difícil no pensar en ti.
Nara bajó la mirada.
—Eric…
—Sé que está mal. Sé que eres la esposa de Bastian —continuó Eric, con la voz baja pero firme—. Pero no puedo mentir. Me gustas.
Nara abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera pronunci