Capítulo 3

Después de un día agotador en la cafetería, llegué al Eclisse justo a tiempo para mi turno. El club estaba en su peak: luces estroboscópicas, música alta y el aire cargado de alcohol y perfume barato.  

Me vestí rápido en el camerino, evitando mirar la puerta. ¿Y si él volvía? 

Pero no había tiempo para pensarlo. El presentador anunció mi nombre y salí al escenario, transformándose en la diosa escarlata que todos querían ver.  

Sin embargo, mientras bailaba, noté una figura sentada en la esquina más oscura del VIP.  

Era él. ¿Había vuelto por mi?

No bebía. No hablaba con nadie. Solo me observaba, con esa intensidad que me hacía perder el ritmo por un segundo.  

El primer escalofrío fue instantáneo, como si alguien hubiera pasado un cubo de hielo por mi espina dorsal. Él estaba otra vez allí, en la misma mesa del VIP, envuelto en sombras que no lograban ocultar la intensidad de su mirada.

Mientras mis caderas seguían el ritmo de la música, sentí cómo el aire se espesaba a mi alrededor, como si el club entero se hubiera reducido a ese único punto: a él, a esos ojos oscuros que me devoraban desde la distancia.  

No era la mirada lasciva de los otros hombres —esa que me hacía sentir como un pedazo de carne en un escaparate. No. Esto era diferente, más profundo, más peligroso. Él no sonreía, no chiflaba, no hacía gestos obscenos. Solo observaba con una concentración casi violenta, como si cada movimiento de mi cuerpo fuera un mensaje cifrado que solo él podía descifrar.  

Noté cómo mi piel se erizaba bajo las lentejuelas del vestido. ¿Por qué me miraba así? ¿Qué quería? El deseo en sus ojos era innegable, pero había algo más —algo que me recordaba a un lobo acechando a su presa, calculando cada paso antes de atacar.  

Y lo peor de todo era que, a pesar del miedo que me provocaba, mi cuerpo respondía. Un calor traicionero se extendía desde mi estómago hasta la punta de los dedos, acelerando mis latidos hasta casi ahogar la música. Por un segundo, imaginé cómo sería acercarse a esa mesa, inclinarse sobre él y...  

—¡Cuidado!  

El grito del presentador me sacó de mitrance. Había perdido el ritmo, algo que nunca me pasaba. Con un esfuerzo, recuperé la compostura y terminé el baile, pero ya era tarde —él había notado mi debilidad.  

Cuando las luces se apagaron y el público estalló en aplausos, huí del escenario con las mejillas ardiendo. Odiaba que ese extraño me hiciera perder el control. Odiaba aún más que, en algún lugar recóndito de mi mente, ya estuviera esperando volver a verlo.

  

Porque ahora sabía una cosa con certeza:  

Ese hombre no se iría de mi vida tan fácilmente. 

Respiré hondo y continué, ignorando el latido acelerado de mi corazón.  Cuando bajé del escenario. Las piernas me temblaban. ¿Y si volvía a acercarse? 

Mientras me quitaba el maquillaje, Alicar, el dueño del bar,  apareció en el backstage con un sobre en la mano.  

—Para ti, preciosa —dijo, alargando el pago—. Aunque podrías llevarte mucho más si aceptaras mi oferta.  

Tomé el sobre sin mirarlo. Alicar volvía a insistir en que me uniera a las bailarinas del club que ganaban dinero por acostarse con sus clientes más importantes. Nunca recurriría a eso, aunque tuviera que vivir en la calle.

—No estoy interesada.  

Alicar no se inmutó.  

—Todos tienen un precio, querida. Tú solo no has encontrado el tuyo aún.  

Antes de que pudiera responder, un ruido en la puerta nos distrajo.  

Él estaba ahí, silueteado por la luz del pasillo.  

Alicar palideció.  

—Señor Montenegro, no sabía que...  

—Salga —dijo aquel hombre, con una voz tan fría que sentí  escalofríos.  

Alicar no lo pensó dos veces. Salió del camerino como si el diablo lo persiguiera.  

Y entonces, me quedé sola.  

Con el hombre que no podía dejar de pensar.  Con el peligro que, por alguna razón, mi cuerpo anhelaba.  

Su presencia llenó el camerino como una tormenta a punto de estallar. No necesitó mover un solo músculo para que el aire se volviera espeso, casi irrespirable. Me quedé paralizada, sintiendo cómo sus ojos oscuros me recorrían de pies a cabeza con una lentitud deliberada, como si cada centímetro de mi piel fuera un territorio que necesitaba memorizar.

El vestido de lentejuelas, que antes me hacía sentir poderosa, de pronto parecía una segunda piel demasiado frágil bajo esa mirada. 

El silencio entre nosotros era tan denso que podía escuchar el leve crujido de su chaqueta de cuero cuando respiró hondo. Sabía que debería decir algo, echarlo, gritar quizás... pero mi boca estaba seca, y la única certeza era que cada célula de mi cuerpo estaba alerta, vibrando con una mezcla peligrosa de miedo y algo más, algo que no me atrevía a nombrar. 

El me miró, y por primera vez, habló directamente:  

—No deberías trabajar en este lugar.

Con una mira desafiante me crucé de brazos. Intentando ignorar los fuertes latidos de mi corazón.

—¿Y qué sugieres? ¿Que trabaje para ti?  

Vislumbré como la oscuridad en sus ojos aumentaba. Dió un paso atrás, hacia la puerta y estuve a punto de rogarle que no se marchara. Quería saber quien era, a qué se dedicaba y por que seguía acercándose a mi.

—No es bueno para ti estar cerca mío —dijo y una sensación amarga me estremeció el cuerpo.

Crucé los brazos sobre el corsé ajustado, protegiéndome sin querer.  

—¿Por qué?  

—Porque hombres como yo... —dudó por primera vez, buscando las palabras correctas— no son buenos para chicas como tú.  

El eco de sus pasos resonó en el pequeño espacio mientras se acercaba. No retrocedí aunque cada fibra de mi cuerpo me gritaba que lo hiciera.  Era tan alto, tan intimidante que contuve un jadeo.

—¿Y qué sabes tú de mí? —pregunté alzando la barbilla.  

—Lo suficiente.  

—Eso no es una respuesta.  

Él se detuvo a solo un paso de distancia. El aroma a tabaco y algo más oscuro, más peligroso, me envolvió.  

—¿Quieres saber mi nombre? —pregunté llenándome de valor, desafiante.  

—No hace falta.  

—¿Ah, no?  

—Danae —pronunció él, haciendo que mi nombre sonara como una confesión.  

 Contuve el aliento, mi corazón latiendo desbocado.

 Él ya lo sabía.  

—No es justo —musité—. Tú conoces el mío y yo...  

—Kael Montenegro —interrumpió él, adelantándose—. Aunque algo me dice que ya lo sabías.  

Mi corazón se aceleró. Era verdad. Había preguntado, husmeado entre las chicas del club, pero creí que me habían dicho cualquier nombre para saciar mi curiosidad.  

Todas parecían bastantes interesadas en el hombre que tenía al frente.

—Quizá —admití, sosteniendo su mirada—. Pero eso no significa que sepa quién eres realmente.  

Kael estudió mi rostro por un largo momento, como si estuviera grabando cada detalle.  

—Eres lista. Eso es bueno —dijo por fin—. Significa que sabrás mantenerte lejos.  

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió tras él.  

—Jefe —dijo una voz desde el pasillo—. Tenemos unproblema.  

Kael no apartó los ojos de mi.  

—Piénsalo, Dánae —murmuró—. El dinero no vale lo que podrías perder.  

Y entonces se fue, dejando tras de sí un silencio cargado de preguntas sin respuesta y una advertencia que, en lugar de asustarme, solo avivó mi curiosidad. 

 

 

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