Capítulo 2

Danae:

—¿Ha ido bien hoy? 

La voz preocupada de Lana se filtró a través de la puerta del baño y yo solté un suspiro desde el sofá. Nada iba bien desde hacía cinco años, pero esperaba que en algún punto aquello pudiera cambiar. 

—Solo un hombre que se metió en el backstage —le dije lo suficientemente alto para que escuchara.

La escuché soltar una maldición. Luego la puerta delbaño se abrió y salió cubriendo su cuerpo con una toalla.

—¿Un pervertido? —preguntó.

La figura del aquel hombre vino a mi mente. Cabello oscuro, ojos cafés, traje elegante, como uno de los calientes actores de las novelas que ve Lana cada noche. Su mirada se había quedado clavada en mi mente, su voz ronca y varonil.

El aire se cortó en dos cuando la puerta se abrió.  

Alcé la vista en el espejo y ahí estaba él: el hombre del palco VIP, el de los ojos oscuros que me habían devorado mientras bailaba. De pie en el umbral de mi camerino, parecía aún más grande. Más peligroso.  

Miedo. Eso fue lo primero que sentí. Un escalofrío que me erizó la piel. Mis dedos buscaron instintivamente las tijeras de peluquería sobre la mesa.  

Pero entonces...  

Él no avanzó. No habló. Solo me miró con una intensidad que me quemó el alma. Y algo dentro de mi se estremeció. 

Atracción.

Era imposible no notarlo: la mandíbula marcada, esas manos grandes que colgaban a los lados como armas sin usar, el traje negro que delineaba unos hombros anchos. Hasta el silencio que traía consigo era distinto—no vacío, sino cargado de algo eléctrico, como la calma antes de un huracán. 

—No lo parecía —terminé respondiendo.

No intentó propasarse conmigo, parecía mirarme como si hubiese descubierto algo interesante. Como si fuera hermosa y no pudiera dejar de contemplarme. Nunca me habían observado con tanta intensidad, con tanta pasión.

Estaba tan nerviosa cuando lo vi entrar en la pequeña habitación que usé para vestirme y arreglarme, que las manos me temblaban y respiraba entrecortadamente. Mi jefe me había dicho que tenía guardias custodiando esa parte del bar para que ningún cliente se metiera con las bailarinas que no prestan servicios sexuales, pero aquel hombre había entrado. ¿Quién era?

—¿Pero te han pagado, no? —Lana me sacó de mis pensamientos y volví a mirarla.

El rostro de mi mejor amiga se llenó de preocupación ante mi silencio. 

—Por supuesto —respondí con una sonrisa tranquilizadora—. Con este dinero y el pago de la cafetería mañana, completaremos en dinero de la renta, tranquila.

Lana soltó un suspiro de alivio y se dejó caer en el sofá a mi lado. 

—Nos tenemos la una a la otra —dijo mientras tomaba mi mano y me daba un ligero apretón—. Estaba buscando videos de taekwondo en internet para luchar contra el casero.

Una risa escapó de mi cuerpo. Estábamos rentando un pequeño apartamento en una de las zonas más peligrosas de la ciudad. No era lo que queríamos, pero si lo único que pudimos permitirnos con el poco dinero que teníamos al llegar aquí.

El casero era un señor bastante desagradable que nos había amenazado varias veces esa semana por un retraso en nuestro pago, pero gracias al cielo, ambas logramos conseguir trabajos y podremos pagarle mañana.

—Nana ha llamado —me contó Lana mientras jugueteaba con un mechón de mi cabello—. Le he dicho que París es de lo mejor y que ya sabes hablar francés, así que mas te vale aprender algunas frases para cuando vuelva a llamar.

Asentí. Odiaba tener que mentirle a mi abuela. Pero era la única forma de mantenerla a salvo y fuera de las cosas que quería hacer. Necesitaba mantener todo el anonimato que pudiera, mientras Lana y yo estuvieramos en esta ciudad. Mientras buscaba la información que necesitaba. Luego volvería a casa con ella y finalmente tendría un poco de paz.

—Que bueno que por lo menos trabajaremos juntas en la cafetería —le dije a Lana y ella sonrió.

—Si no tuviese dos pies izquierdos también hubiese conseguido trabajo en ese bar.

—¿El detective llamó hoy? —pregunté.

—No —respondió enseguida—. Pero fui a ese museo, el de la foto que te envió y le mostré la foto de Anya al gerente, no recuerda haberla visto.

Bufé. Era una encrucijada. Como si le hubiesen borrado la mente a todas las personas de la ciudad y los tres años que mi hermana mayor vivió aquí, nunca hubiesen existido.

—Descubriremos la verdad, Danae, tranquila —me dijo Lana.

—Lo haremos —confirmé.

Ambas sonreímos y yo me puse de pie para entrar a la ducha. Necesitaba varias horas de descanso, el mañana se avecinaba cargado de estrés.

 

(…)

 

La cafetería "Lira" era un rincón donde el tiempo parecía haberse detenido en los años sesenta. Las paredes, pintadas de un amarillo desgastado, estaban adornadas con fotografías en blanco y negro de la ciudad, enmarcadas en madera oscura. Las mesas de roble, marcadas por años de uso y tazas de café dejadas sin posavasos, brillaban bajo la tenue luz que se filtraba por las cortinas de encaje medio deshilachadas. El mostrador de mármol, manchado de expresos derramados y azúcar cristalizada, separaba el mundo de los clientes del de los baristas, donde una máquina de café italiana de latón resoplaba como un viejo tren de vapor.

El aroma a café recién molido inundó mis pulmones al empujar la puerta de la cafetería. El local estaba vacío, solo iluminado por el sol mañanero que se filtraba entre las cortinas de encaje. A mi lado, Lana bostezó, estirando los brazos sobre su cabeza.  

—Odio las mañanas —murmuró, mientras se anudaba el delantal con flores sobre sus jeans ajustados—. ¿En serio necesitamos este trabajo?  

Le lancé una mirada de reproche.

—El bar no paga lo suficiente y lo sabes. Además, aquí no hay hombres borrachos intentando tocarme.  

Lana sonrió, jugueteando con su pulsera de plata.  

—Bueno, al menos en el bar te dejan propinas jugosas.  

No respondí. La sola mención de bar llevaba a mi mente al misterioso hombre que había entranado en el camerino, en esos ojos oscuros que me habían mirado como si me conocieran.

¿Quién era? ¿Por qué me había buscado?

El sonido de la campanilla sobre la puerta me sacó de sus pensamientos. La cafetería comenzó a llenarse poco a poco: estudiantes universitarios con ojeras profundas, oficinistas apurados y alguna que otra ama de casa que venía por su dosis diaria de cafeína. Me dedicaba a servir con eficiencia, memorizando pedidos sin necesidad de anotarlos.  

—Un espresso doble y un croissant de almendra —me dijo un hombre de traje, sin siquiera mirar su menú.

Lana, en cambio, coqueteaba descaradamente con los clientes jóvenes, haciendo que las propinas en su jarra aumentaran considerablemente.  

—¿Viste al de la mesa tres? —susurró Lana, acercándose mientras llenabámos azucareras—. Me ha pedido salir.  

Seguí su mirada hacia una de las mesas cerca de las ventanas. Un chico de pelo rizado y sonrisa tímida levantó su taza en un saludo torpe.  

—No es tu tipo —respondí segura, secando un plato con más fuerza de la necesaria.  

—¿Y cuál es mi tipo, oh sabia Dánae?  

—Alguien que no se sonroje solo por que le sonrías.  

Lana se rió, pero su sonrisa se desvaneció cuando la puerta trasera de la cocina se abrió.   

El señor Karim era un hombre de sesenta y tantos años, con el pelo canoso peinado hacia atrás y un reloj de oro que brillaba cada vez que movía las manos. Entró con aire de importancia, revisando las cajas registradoras con mirada escrutadora.  

—Buen trabajo, chicas —dijo, aunque sus ojos se detuvieron en mi cuerpo un segundo más de lo necesario—. El local ha estado lleno.  

Asentí nerviosa, evitando su mirada. Karim tenía fama entre las empleadas: ofrecía ascensos a cambio de favores.  

—Gracias, señor —murmuré, concentrándome en limpiar la máquina de café.  

Pero Karim no se movió. Se acercó lo suficiente para que el olor a colonia barata me llegara a la nariz.  

—Sabes, Dánae... podrías ganar el doble si te encargaras del turno de la tarde. Hay más intimidad.

El doble sentido flotó en el aire como una mosca zumbando. Apreté el trapo en mis manos.  

—El turno de la tarde no me funciona, señor. Tengo otro trabajo.  

Karim sonrió, mostrando unos dientes amarillentos.  

—Todos tenemos prioridades, cariño. Piénsalo.  

Lana, que había escuchado todo desde la barra, hizo una mueca de disgusto cuando Karim finalmente se fue.  

—Asqueroso —murmuró—. ¿Quieres que le diga algo?  

Negué con la cabeza. Tenía que evitar problemas. Ambas necesitábamos ese trabajo si quieríamos seguir teniendo un techo donde vivir. Solo tendría que aprender a sobrellevar al señor Karim.

—No vale la pena.  

Pero por dentro, mi estómago se retorcía.  

El mediodía trajo una avalancha de oficinistas. Lana, con su sonrisa coqueta y su pelo rubio recogido en un desorden estudiado, seguía recibiendo propinas generosas.  

—El de la mesa cuatro te ha estado mirando toda el rato —me dijo mientras le entregaba una orden. 

—No estoy interesada —respondí sin mirar.

—¿Desde cuándo? —rió Lana—. ¿O es que solo tienes ojos para tu misterioso admirador del bar?

Un calor inesperado subió por mi cuello. 

—No sé de qué hablas.  

Pero mentía. Y Lana lo sabía. 

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP