Danae
Desperté con una sensación extraña en el pecho, como si mi corazón se negara a decidir si debía latir rápido por la memoria de la noche pasada o hundirse en la incertidumbre de lo que significaba.
Lo primero que hice fue estirar la mano hacia el lado contrario de la cama, buscando su calor, su cuerpo, esa presencia que me había consumido entera apenas unas horas atrás. Pero lo único que encontré fue la sábana fría. El espacio vacío.
Abrí los ojos de golpe, incorporándome con torpeza. La habitación estaba en silencio, la penumbra apenas iluminada por la tenue claridad que se filtraba entre las cortinas. Kael no estaba.
Mi mirada se posó entonces en la mesita de noche. Sobre ella, perfectamente doblada, reposaba una hoja de papel.
La tomé con manos temblorosas, esperando encontrar en ella un gesto, una palabra cálida, una confirmación de que lo que había pasado entre nosotros no había sido solo un error, un arrebato.
Pero la nota decía:
“Espérame en casa. Tuve que resolver algunos