Kael
La madrugada me encontró despierto. No sé en qué momento cerré los ojos, si es que alguna vez lo hice, porque cada segundo se grabó en mi memoria con una precisión insoportable. La silueta de Danae, recostada a mi lado, su respiración tranquila, el cabello desordenado cayendo sobre la almohada… todo era demasiado real, demasiado íntimo, demasiado peligroso.
He pasado noches enteras viendo morir hombres, escuchando disparos, sintiendo la sangre correr entre mis dedos, y nunca me sentí tan desarmado como ahora, con una mujer dormida en mi cama. Con ella.
No debería estar aquí. No debería haber sucedido.
Y sin embargo, lo busqué. La besé. La hice mía como un condenado que se aferra al último respiro. Como si al tocarla pudiera borrar años de sombras, de culpas, de fantasmas.
Pero los fantasmas no desaparecen.
Cierro los ojos y la veo a ella… Anya. Su sonrisa, su voz, la forma en que también me llamaba por mi nombre como si pudiera domesticar la bestia en la que me convertí. Y ahora