Danae
Nunca me acostumbraré a los silencios de esa casa. Son distintos a los que recuerdo de mi infancia, distintos incluso a los que habitaban en el apartamento vacío donde solía vivir antes de que mi vida se trastocara para siempre. El silencio aquí pesa, aprieta contra la piel como un recordatorio de que estoy viviendo en el corazón de un hombre que gobierna con miedo, y que a veces también me lo inspira a mí.
Estaba sentada en mi habitación, un libro abierto sobre mi regazo, aunque llevaba varios minutos sin leer una sola palabra. Mis pensamientos iban y venían, todos enredados en Kael: su forma de mirarme sin mirarme, de acercarse para después apartarse como si tocara fuego.
El golpeteo en la puerta me sobresaltó. No esperaba a nadie. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió con decisión. Kael se apoyaba en el marco, impecable como siempre, la chaqueta colgando de su hombro y la sombra de un ceño fruncido en su rostro.
—Arréglate —dijo con esa voz grave que no admite ré