Kael
La mañana olía a amenaza.
Lo supe en el momento en que vi el reflejo del sol en el capó negro frente a mi verja. Ese coche no estaba ahí por accidente. No en mi calle. No con mis hombres apostados en cada esquina.
Mateo estaba a mi lado, de pie junto al monitor, observando con esa calma entrenada que solo se rompe cuando algo de verdad importa.
—No han intentado moverse —informó—, pero tampoco se van.
Me incliné hacia la pantalla. El coche era un sedán lujoso, demasiado nuevo para pasar desapercibido. Vidrios polarizados. Motor encendido. Una exhibición de paciencia. Y de poder.
—Loumet —dije, reconociendo el patrón de espera como si lo hubiera inventado yo mismo.
Mateo asintió apenas. Sabía tan bien como yo que no era un visitante cualquiera.
Sentí la presencia de Danae detrás de mí antes de escuchar su voz.
—¿Adrian? —preguntó.
Giré la cabeza lo justo para mirarla.
—Vuelve a tu habitación.
Ella abrió la boca para protestar, pero la cerró al ver mi expresi