Danae
El resto del día en Montenegro Enterprises fue un ejercicio de autocontrol.
Kael se movía por la oficina como si nada hubiera pasado, pero yo podía sentirlo incluso cuando no me miraba: esa energía densa que llenaba el aire, como si en cualquier momento algo fuera a estallar.
Cuando el reloj marcó las seis, recogí mis cosas. Estaba a un paso de la puerta cuando su voz me detuvo.
—Te llevo a casa.
Me giré, arqueando una ceja.
—No hace falta, puedo…
—No es una pregunta —interrumpió, levantándose y tomando su abrigo—. Después de lo de Adrian Loumet, no voy a dejar que salgas sola.
Había algo en su tono que no admitía discusión, así que simplemente asentí.
El coche negro nos esperaba en la entrada. El chofer me abrió la puerta y Kael me indicó con un gesto que subiera primero. El interior olía a cuero y a su colonia, esa mezcla inconfundible de madera, tabaco y peligro.
Durante los primeros minutos, el silencio reinó. Yo miraba por la ventana, intentando no pensar en lo cerca que ha