Danae
El sonido de la lluvia se había desvanecido durante la noche, dejando un silencio tibio en la casa. Cuando abrí los ojos, la luz del amanecer se filtraba por las cortinas, dorando todo con un tono suave y cálido.
Por un momento no supe dónde estaba.
Luego lo vi.
Kael, dormido en una silla a mi lado, con la cabeza apoyada en el borde de la cama y su mano aún sosteniendo la mía.
La ternura me golpeó con fuerza.
Recordé todo.
El bar, nuestras peleas, los niños, el accidente…
Y el amor. Ese amor feroz y hermoso que siempre me había asustado y salvado al mismo tiempo.
Deslicé mis dedos entre su cabello y él se movió apenas, como si mi toque lo llamara desde un sueño profundo.
Abrió los ojos, y cuando me miró, sonrió de esa forma que hacía que el mundo pareciera un lugar más seguro.
—Buenos días —susurré.
—Creí que estaba soñando —dijo con voz ronca, y se incorporó para besarme la frente—. No sabes cuánto recé por verte abrir los ojos.
Sonreí, aún débil, pero más viva que nunca.
—Esto