Danae
El sol comenzaba a caer, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados que se reflejaban sobre los ventanales de la mansión. Aquella casa, tan grande y silenciosa durante los días que había pasado allí, ahora se sentía viva.
El eco de las risas de mis hijos llenaba cada rincón, y el sonido de sus pasos apresurados resonaba en los pasillos como una melodía que había extrañado por demasiado tiempo.
Aún me costaba creerlo.
Estaba en casa. Con ellos.
Con él.
Kael había insistido en que descansara, pero no podía quedarme quieta. Me sentía demasiado llena de energía, como si cada pedacito de mi alma hubiera despertado al fin.
Después de años de vivir en un engaño, con recuerdos rotos y un vacío imposible de explicar, por fin recordaba quién era.
Y más importante aún: a quién amaba.
Desde la cocina llegaba el aroma de algo delicioso, y también el sonido de las voces entremezcladas.
Me limpié las manos con un paño y sonreí antes de entrar. La escena que encontré fue perfecta.
Kael estaba