Kael
La lluvia seguía cayendo incluso después de que salí de su habitación.
El sonido era un rumor constante, un acompañamiento perfecto para el caos que me llenaba el pecho. Cerré la puerta despacio, apoyando la frente en la madera fría, tratando de controlar el temblor en mis manos.
La había visto.
La tenía frente a mí.
Y aunque sus ojos me miraban sin reconocerme, era ella. Mi Danae.
Cada gesto, cada inflexión de su voz, cada temblor de sus labios me recordaba a la mujer que creí haber perdido para siempre. Pero ahora estaba allí, viva, respirando, y sin embargo tan lejos de mí que dolía.
Caminé hasta el salón y serví whisky. No lo necesitaba, pero era lo único que podía mantenerme cuerdo.
El fuego seguía encendido en la chimenea, reflejando destellos sobre los ventanales empañados. Me senté en el sillón, con el vaso entre los dedos, observando cómo la tormenta se desataba afuera.
Mi mente no paraba.
Pensaba en Dorian, en su mentira, en cómo se atrevió a robarme los años que me per