capítulo 13.

La persecución había quedado atrás, pero el silencio dentro de la camioneta blindada era casi tan asfixiante como el fuego cruzado de hacía apenas unos minutos. El motor rugía mientras Rebeca mantenía el volante firme, los ojos fijos en la carretera nocturna que se desplegaba ante ellos como un manto interminable de asfalto y sombras.

Enzo, en el asiento trasero, se retorcía de dolor. Giulio lo sujetaba con una mano mientras con la otra presionaba la herida en la pierna para detener la hemorragia. El olor metálico de la sangre impregnaba el aire cerrado de la cabina.

—Aguanta, hermano, ya casi —le murmuraba Giulio, la voz ronca, cargada de un extraño tono de preocupación que pocas veces dejaba ver.

Enzo trató de esbozar una sonrisa, aunque el sudor perlaba su frente.

—Ya sabes que soy duro de matar.

Giulio alzó la mirada hacia el retrovisor. Sus ojos se encontraron con los de Rebeca, que seguía conduciendo con determinación, como si el volante fuese una extensión natural de su cuerpo.
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