El noble humano había instruido bien a sus súbditos. Todos traían comida para los próximos dos días, y habían empacado atados o cajones livianos con ropas y unos pocos enseres o herramientas de los que no querían desprenderse. Eso era todo.
Aguardaron en sus casas, listos para partir, a que uno de los nuestros llamara a su puerta. Sólo entonces se dirigían con sigilo hacia el puente volante que tendiéramos sobre el Launne, a mitad de camino entre el puente destruido y el puesto de Owen. Dejaban sus hogares tal como estaban, con candiles y fogones encendidos, para no despertar sospechas.
Una vez que cruzaban a nuestro territorio, los esperaban carretas para transportarlos a las inmediaciones de la aldea en las afueras de Vargrheim, donde acamparían hasta ponerse en camino a sus destinos definitivos.
La cosecha ya había sido recogida, y luego de despachar el grano destinado a su re