Fue un choque brutal.
Por suerte habíamos tenido la previsión de traer caballos para la mayoría de los que íbamos en dos piernas. Los que no tenían cabalgadura, se apresuraron a cambiar y formarse tras Artos, que dejó el resto de la evacuación a Eamon y los suyos y se nos unió con todos los de su clan y el mío que iban en cuatro patas.
Nuestros arqueros se lucieron esa noche, descargando salva tras salva y diezmando las primeras filas de vasallos. Los enemigos formaban como siempre: los soldados de a pie primero, luego su reducida caballería, y en retaguardia media docena de pálidos, que seguramente protegían a uno o dos blancos.
Las tierras de cultivo distaban de ser terreno regular, y decidimos dejarlos trastabillar y caer a gusto en su afán de seguir corriendo, sacudiendo sus armas y gritando a voz en cuello como solían.
Una larga cerca baja de madera y ju