En ese instante, Valentina clavó la mirada en Mateo, paralizada por la sorpresa, mientras ese nombre la transportó instantáneamente a los días posteriores a su desaparición. En aquel entonces, tuvo que aceptar la dolorosa realidad cuando se vio obligada a aceptar que nunca lo volvería a ver. Juró entonces que no permitiría que nadie más ocupara ese lugar en su corazón.
Pasaron días de ausencia en la universidad, sumida en su propio vacío, hasta que al fin decidió regresar a su clase favorita, tras haber estado ajena y desconectada de todo. Allí, como un giro del destino, se encontró con Alonso un chico que era policía pero cuya familia se dedicaba en secreto al negocio de la mafia. Valentina, como heredera de su propia familia, se convirtió en su compañera de clase, ya que ambos compartían la misma obsesión por la contrainteligencia y habían elegido la misma asignatura.
Alonso era un chico muy guapo, de mirada cálida y sonrisa amable que, al reconocerla después de tanto tiempo