El ruido de los tacones de Valentina irrumpió bruscamente en los recuerdos de Mateo. En un instante su expresión feroz se transformó en una sonrisa perfectamente calculada. Valentina sin anunciarse, abrió la puerta de un empujón, lanzando su bolso sobre el escritorio con un gesto de falsa familiaridad, como si aquel espacio le perteneciera.
Mateo, sorprendido por la inesperada visita, intento saludarla, pero ella lo interrumpió al acomodarse con estudiada comodidad en uno de los sofás, desplegando los brazos en un gesto teatral.
—Querido esposo —dijo con voz melosa mientras jugueteaba con sus dedos— Desde tu regreso no he preguntado por tu salud. Dime, ¿cómo has llevado ese problema de gastritis durante todos estos años? ¿Por fin lograste dominarla? —La pregunta sonó forzada, acompañada de un asentimiento nervioso y una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su incomodidad.
Mateo esbozó una sonrisa mientras se pasaba los dedos por la barbilla con gesto pensativo:
—¿De verdad has ve