La Humillación Inesperada.
Valentina no desvió la mirada de Mateo. Sus provocaciones estaban agotando su paciencia, así que apoyó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y, con la barbilla sobre ellos, le dijo con tono sereno pero firme:
—Todo el tiempo que haga falta… y de cualquiera que ose lastimarme. —Una sonrisa fría acompañó sus palabras.
Mateo empuño la servilleta y se limpió los labios mientras la ira lo devoraba por dentro. Saber que alguien más protegería a Valentina, y no él, le hervía la sangre. No podía soportar que ella ya no confiara en él y que buscara a otro para su protección. Más que rabia, era dolor lo que le ardía en el pecho. Pero no dejó traslucir ni un ápice de sus sentimientos.
Valentina se levantó al no recibir respuesta de Mateo. Entonces, clavó sus ojos en la ama de llaves y el mayordomo, y ordenó con voz cortante:
—Espero que hayan entendido muy bien lo que acabo de decir. Depende de ustedes cuánto tiempo permanecerán en mi casa. ¿Queda claro?
Ellos miraron a Mateo, pero al