Mateo, más que rabia, sentía una fuerte decepción. Nunca imaginó que Valentina fuera capaz de una humillación tan brutal como la que le había hecho pasar. Así que, de inmediato, con movimientos bruscos se alistó y salió de la habitación, decidido a no tolerar tal humillación.
Valentina, por su parte, iba de camino a reunirse con unos antiguos subordinados de su padre. Necesitaba reclutar a más personas y expandir la red de aliados para fortalecer la organización y asegurarse de que nadie pudiera arrebatarle el mando. El liderazgo estaba dividido, y ella buscaba la manera de sacar del camino a los hombres de Mateo.
Los subordinados decidieron aliarse con Valentina. Todo estaba saliendo como ella quería; solo faltaba reclamar el trono que por derecho le correspondía, como realmente debió ser desde la muerte de su padre. Pero antes de dar el golpe final, debía asegurarse de tener todas las piezas en su lugar—incluyendo sus cartas ocultas.
Mientras tanto, Mateo permanecía en la cas