El silencio que siguió a la retirada del Guardián fue una paz frágil y temporal. Era la calma después de la tormenta, un exhalar colectivo y tembloroso de alivio. La manada estaba a salvo. Por ahora.
El brazo de Ronan era un peso cálido y sólido alrededor de mi cintura, su cuerpo un muro tembloroso y exhausto de músculo y pelaje. Era un Alfa que se había enfrentado a un dios y lo había hecho retroceder. Había ganado. Había protegido a su manada. Me había protegido a mí. Había protegido a su hijo.
Era un rey que había ganado una batalla que no comprendía, y estaba saboreando su victoria.
Me incliné contra él, apoyando la cabeza en su pecho, mi cuerpo un desastre cansado y dolorido de emociones. Podía sentir su orgullo, su alivio, su amor, su amor por mí, su furia feroz y protectora. Era un cóctel potente e intoxicante. Era el aroma de un rey que acababa de enfrentarse a un dios y había ganado.
Pero también podía sentir su confusión. Era un rey que había ganado una batalla que no entend