Las palabras quedaron suspendidas entre nosotros, una sentencia de muerte susurrada en la quietud de las cámaras del Alfa. No vienen por nosotros. Están abriendo la puerta.
La mano de Ronan en mi hombro era una banda de acero, pero podía sentir el temblor recorriéndolo, una vibración de terror puro y absoluto que reflejaba el mío. Habíamos ganado la batalla, pero la guerra apenas comenzaba, y nuestro enemigo no era un ejército que pudiéramos ver. Era un concepto que no podíamos combatir.
“La Gruta,” murmuró, el nombre un sonido roto y áspero. “El pacto. La llave que me dio mi padre. No es un arma. Es una… una puerta.”
Un grito desgarró la noche.
No fue un sonido físico. Fue una explosión psíquica, una ola de agonía pura y sin diluir que chocó contra mi mente con la fuerza de un golpe físico. Venía del patio, del corazón de nuestra manada.
Ronan salió por la puerta antes de que yo pudiera siquiera jadear, su cuerpo un borrón de movimiento. Lo seguí, mis pies descalzos golpeando el suel