Episodio 2: La Elección

La plaza estaba llena de ruido.

Era algo físico, una presión contra mi piel. Cientos de latidos, todos sonando al mismo tiempo. Un murmullo bajo de conversaciones, el agudo tintinear de las risas, el suave roce de telas costosas. El aire estaba cargado con el olor de las flores, el perfume y la carne asada.

Mantuve mi mano sobre la pared de piedra rugosa del edificio, mis dedos trazando el mortero entre las grietas. Era mi guía. Mi ancla. Caminé despacio, con cuidado, la cabeza baja, los pies descalzos y silenciosos sobre las losas frías.

Era un fantasma. Una sombra. Nadie me miraba. Nadie me hablaba. Solo era parte del paisaje. La chica ciega. Un mueble más al que debían rodear.

Encontré mi lugar habitual. En la esquina más alejada, detrás de un gran macetero de piedra lleno de jazmines perfumados. Era un buen sitio. Estaba oculta, pero podía oírlo todo. Podía sentir las vibraciones de la música a través de la planta de mis pies.

Me apoyé contra la pared y escuché.

Podía oír a los Alfas y Betas de las otras manadas. Sus voces eran más profundas, sus latidos más lentos, seguros. Habían venido de todas partes de España. De la costa, de las ciudades, de las montañas. Todos estaban allí para ver a nuestro Alfa, Ronan. Era el más fuerte de todos. El más poderoso.

También podía oírlo a él.

Su corazón era diferente. Lento, firme, poderoso. Era el centro de la plaza, el centro del mundo. Era un sonido que hacía que el mío se sintiera… tranquilo. Seguro.

Nunca lo había conocido. Nunca le había hablado. Pero conocía su corazón mejor que el mío. Llevaba años escuchándolo.

Un silencio cayó sobre la multitud.

La música se detuvo.

La ceremonia estaba por comenzar.

Sentí un cambio en el aire. Una energía extraña, eléctrica. Era la magia de la Diosa Luna. Una luz plateada y suave que no podía ver, pero sí sentir sobre mi piel. Una sensación cálida, como un cosquilleo.

Comenzó en el centro de la plaza, donde estaba Ronan. Luego empezó a moverse.

Era como una brisa suave que recorría a la multitud. Escuché los suspiros, los murmullos emocionados al pasar junto a las hermosas lobas en sus vestidos finos. Podía sentir cómo sus corazones se aceleraban con esperanza y expectación.

Contuve la respiración.

Sabía que no me elegiría. Era una tonta por siquiera tener una chispa de esperanza. Estaba rota. Maldita. La Diosa nunca me elegiría.

Aun así.

No pude evitar rezar.

Por favor. Solo por un segundo. Déjame sentirlo. Déjame saber que no soy completamente invisible.

La magia se acercó. Sentí cómo se erizaba el vello de mis brazos. El aire se volvió denso, cargado de poder. Pasó junto al macetero. Pasó junto a mí.

Mi corazón se hundió.

Por supuesto. Era un sueño estúpido.

Exhalé despacio, con temblor. Estaba lista para que terminara. Lista para volver a mi habitación.

Pero entonces.

La magia se detuvo.

No solo pasó de largo. Se detuvo. Justo frente a mí.

El aire quedó inmóvil. La energía eléctrica se volvió tan intensa que dolía. Era una luz cálida, palpitante, centrada en mí. En la chica ciega del rincón.

Escuché el silencio asombrado de la multitud. Los susurros confusos.

¿Qué está haciendo?

¿Por qué se detuvo allí?

Sentí un tirón. Suave, pero imposible de ignorar. Me estaba llamando. Atrayéndome hacia adelante. Fuera de las sombras. Hacia la luz.

Mis piernas se sentían pesadas, como de plomo. No podía moverme. Estaba paralizada.

Entonces escuché una voz. Era una voz de mujer. Aguda, fría, llena de odio.

Era Isabella, la hermana de Vigo. Una de las lobas más bellas de la manada. Se suponía que ella sería la favorita.

¿Qué es esto? —escupió—. ¿Qué hace aquí esta basura?

La magia tiró de nuevo, más fuerte esta vez. Era una orden. Tenía que moverme.

Di un paso fuera del macetero.

La multitud jadeó.

Podía sentir cientos de miradas sobre mí. Podía sentir su sorpresa, su confusión, su asco.

Estaba en el centro de la plaza. En la luz.

Y la magia de la Diosa Luna giraba a mi alrededor como un cálido manto plateado.

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