Mundo ficciónIniciar sesiónEl silencio era un peso físico.
Me presionaba el pecho, aplastándome los pulmones, haciéndome difícil respirar. Podía sentir el peso de mil miradas, de mil mentes horrorizadas y llenas de desprecio. La piel me ardía, el rostro me quemaba. Quería correr. Quería desaparecer. Pero la magia me mantenía en mi sitio, una jaula suave e imposible de romper.
Entonces, una voz cortó el silencio.
Era una voz suave, encantadora. Una voz acostumbrada a ser obedecida, a ser amada. Era Vigo. El Beta. El mejor amigo de Ronan.
—Vaya —dijo, y pude escuchar la sonrisa en su tono—. Esto sí que es… inesperado.
Unas cuantas risas nerviosas recorrieron la multitud.
—Parece que la Diosa tiene sentido del humor —continuó Vigo, con una falsa simpatía empapada de veneno—. Quizás sea una prueba. Una prueba para nuestro gran Alfa.
Era bueno. Muy bueno. Estaba convirtiendo todo en una broma. En un juego. En una prueba. Me estaba haciendo sonar como un problema. Como un desafío.
Podía sentir el cambio en la multitud. El asombro se transformaba en sospecha. Los susurros regresaron, más duros esta vez.
Una maldición.
Mi corazón era un pájaro aterrorizado golpeando mis costillas. Sentía la magia a mi alrededor titilar, como si se alimentara de mi miedo.
Entonces, escuché otra voz.
Era un sonido grave, profundo, como un rugido contenido. Una voz hecha de puro poder. Una voz que hacía vibrar el aire.
Era Ronan.
—Silencio.
Una sola palabra.
Y toda la plaza quedó muda.
La magia que me rodeaba se encendió, una ola caliente y brillante de poder. Era una respuesta. Su poder. Lo estaba reconociendo.
Pude sentir su presencia. Un peso sólido, denso, justo frente a mí. Estaba cerca. Tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma limpio y amaderado de su piel. Su corazón era un tambor lento, firme, justo delante de mí.
Podía sentir su mirada sobre mí. No podía ver sus ojos, pero los sentía. Era un toque físico, una presión caliente sobre mi piel. Me estaba mirando. De verdad. No a través de mí. No más allá de mí.
Guardó silencio durante mucho tiempo. El silencio se estiraba, espeso, lleno de preguntas sin voz.
Podía sentir su confusión. Su incredulidad. Podía sentir la guerra que se libraba dentro de él. El vínculo. El lazo de alma gemela. Era algo tangible, un hilo dorado que nos unía, tirando de él hacia mí, incluso mientras su mente le gritaba que corriera.
Dio un paso más cerca.
Sentí el roce suave de su chaqueta contra mi brazo.
Extendió la mano. Sentí el calor de su piel un segundo antes de que me tocara la mejilla. Sus dedos eran ásperos, con callos. Eran firmes, pero suaves. Me levantó el rostro, obligándome a enfrentarlo.
No podía ver su rostro. No podía ver sus ojos. Pero podía sentir su respiración sobre mis labios. Podía sentir la intensidad de su mirada.
Podía sentir sus emociones. Eran una tormenta caótica. Sorpresa. Confusión. Y una chispa de algo más. Algo cálido. Algo… tierno.
Pero luego desapareció.
Fue reemplazado por una ola fría, dura… de decepción.
Soltó mi rostro.
Retrocedió un paso.
El vínculo entre nosotros gritó. Fue un dolor agudo, físico, en el pecho. Como si una parte de mi alma hubiera sido arrancada.
Me dio la espalda.
—La Diosa me ha mostrado a mi compañera —dijo. Su voz era fría. Dura. Era la voz de un Alfa, no la de un hombre. Una voz hecha para la manada, no para mí.
—Ella no es digna de ser Luna.
Las palabras me golpearon como un puñetazo. Tropecé hacia atrás, con un jadeo quebrado. El dolor en mi pecho era tan fuerte que creí que iba a vomitar.
—Permanecerá en esta manada —continuó, su voz resonando en la plaza silenciosa—, pero no tendrá un lugar a mi lado.
Se dio la vuelta y se fue.
La magia a mi alrededor se rompió. Fue como un cristal estallando, mil fragmentos cayendo al suelo. El calor desapareció. La luz se apagó. Volví a sentir frío. Un frío profundo.
El silencio se rompió con una risa triunfante.
Era Isabella.
Se estaba riendo de mí.
La multitud se unió. Era un sonido cruel, áspero. El sonido de mi corazón partiéndose.
Estaba sola otra vez.
Más sola que nunca.







