El pasillo que lleva a los calabozos está más frío que de costumbre. Nicolay camina sin prisa, pero con el corazón latiendo como un tambor, sediento de sangre. Cada paso resuena en las paredes de concreto, cada sombra parece alargarse como si el infierno mismo se estuviera preparando para recibir a su huésped. Su piel se enchina de emoción solo de pensar en los gritos de
El aire huele a humedad, a óxido y a sangre vieja. Las luces parpadeantes filtran el reflejo de su oscuridad. El silencio es denso, solo roto por el sonido lejano de un gemido. Nicolay no necesita preguntar. Sabe que han obedecido su orden.
Al bajar al último nivel, dos guardias lo esperan. Uno de ellos baja la mirada. El otro se mantiene firme, pero tenso.
—¿Está listo? —pregunta Nicolay, sin detenerse.
—Yes, Boss. Lo sentamos hace unos minutos, dos de los hombres se encuentran golpeados en la enfermería —Nicolay observa el bastón de goma con sangre en la punta y el corte que tiene en la frente el soldado de pie fren