Nicolay se dirige a su despacho dejando atrás todo lo relacionado con la sala estéril porque su amigo Iván se encuentra a cargo, pero el eco de la respiración entrecortada de Darko aún retumba en su cabeza como un ruido sordo que se clava en su pecho. Camina por el pasillo con pasos lentos, las manos en los bolsillos del pantalón y la mirada clavada en el suelo. El traje le aprieta el pecho, no por el corte, sino porque no puede deshacerse de la sensación que, tan brutalmente le estruja el alma, el peso de lo que siente por ella, aunque lo niegue mil veces, aunque se sienta un traidor y crea que le está fallando a la memoria de Isvetta. Él lo sabe y no puede negárselo.
Emily.
—Emily —se repite el pensamiento en voz alta.
Su nombre le arde en la boca como un fuego abrasante que se refleja en la columna, que viaja hasta su entrepierna. Su imagen lo persigue, ella recostada en su cama con el camisón transparente, el cabello revuelto y los labios hinchados de haberla besado hasta la sacie