Vendí mi virginidad para salvar a mi madre. Pero esa noche, el engaño cambió mi vida… y también la de él. **** Amelia nunca imaginó que terminaría envuelta en un plan turbio para reemplazar a una novia la noche de su boda. Con la promesa de cien mil dólares. Desesperada al ver la vida de su madre pendiendo de un hilo, aceptó acostarse con un desconocido, uno que creía que estaba tomando la primera vez de su nueva esposa en la Luna de miel. Él era Santiago Mondragón: frío, poderoso, y completamente engañado por la mujer que amaba. Amelia era solo una chica desesperada, dispuesta a darlo todo por salvar lo poco que le quedaba. Pero nada terminó ahí. Aquel encuentro dejó cicatrices... y una vida creciendo en su vientre. Meses después, Amelia ha logrado reconstruir lo que pudo. Es madre soltera, enfermera, y guarda un secreto que arde cada día: su hijo Ethan tiene un tipo de sangre tan raro que solo su padre biológico podría salvarlo si algo ocurre. Cuando intenta buscar ayuda, desata una cadena de traiciones, y muertes que la obligan a cambiar de identidad. Con el apoyo inesperado del hijo de una de sus enemigas, Amelia se infiltra en la casa de los Mondragón bajo una nueva apariencia. Pero el destino tiene un retorcido sentido del humor: Santiago está en silla de ruedas, amargado y peligroso. No la reconoce. No sabe que fue ella. Y lo peor… no sabe que es padre. Ahora, Amelia deberá mantener su doble vida, proteger a su hijo, descubrir la verdad detrás del incendio que cambió todo… y enfrentarse al hombre que alguna vez la tuvo sin saber quién era en realidad. ¿Podrá la mentira que los unió convertirse en la verdad que los salve?
Leer másCapítulo 1
Narra Amelia...
Estaba acostada sobre la cama, la piel expuesta al aire frío del cuarto, cubierta apenas por un ligero blanco que parecía más adorno que ropa. Lo único que quedaba de mí intacto, estaba a punto de dejar de ser mío.
Mi virginidad.
Entregada.
Vendida.
Y no a un hombre que amara, ni siquiera a alguien que me conociera. Se la estaba ofreciendo a uno de los hombres más poderosos del país porque necesitaba dinero, aunque él también estaba siendo engañado
Días atrás...
Mi mamá se estaba muriendo, no me quedaban muchas opciones en la manga, los billetes en mi cuenta desaparecían mas rápido
—Tienes que pagar antes del fin de semana el tratamiento de tu madre, o no podremos continuar —me dijo el médico, sin rodeos y algo frío.
Su voz todavía me retumbaba en la cabeza mientras empujaba la silla de ruedas hacia la casa. Mi mamá sonreía con una ternura que solo ella podía darme, aunque el cansancio se le notaba, las quimioterapias la desgastaban.
—Hija... ya no sigas peleando por mí. He vivido lo que tenía que vivir —me dijo, acariciándome la mejilla con dedos temblorosos.
—No digas eso, vamos a seguir, me enseñaste a no rendirme, ¿recuerdas?
Ella asintió con los ojos brillantes y me entregó una pequeña cadena, Un dije colgaba en el centro: una rosa entrelazada con un león, no dijo nada más, Solo me abrazó y se fue a dormir.
Me puse el collar esa misma noche, pensaba que era su manera de desearme suerte, Porque al día siguiente saldría a buscar trabajo, una vez más.
Había hecho de todo desde joven, lo que fuera, si era legal, allí estaba yo, Pero no era suficiente, el dinero no alcanzaba y el tiempo se acababa.
Fue mi mejor amiga la que apareció esa mañana con una esperanza, Entró con el celular en la mano y los ojos muy abiertos.
—Mira esto —me dijo, mostrándome una captura de un grupo de W******p.
“Se busca modelo o extra para producción televisiva.
Requisitos: 1.65 de estatura, cabello castaño, ojos azules, medidas 90-60-90.
Pago por grabación: $1.000 dólares.”
Cumplía con todos los requisitos, el pago no era cualquier cosa, no para alguien como yo.
Así que fuimos, nos lanzamos a la agencia sin pensarlo mucho.
La fila era eterna, mujeres por todas partes. Algunas nerviosas, otras claramente acostumbradas a ese tipo de castings. Pero todas estábamos allí por lo mismo: el dinero.
Un hombre recorría la fila con una foto en la mano, mirándonos de arriba abajo, tachando nombres mentalmente sin decir palabra.
—Quizá están buscando una doble de alguien famosa —murmuró mi amiga, intentando controlar los nervios.
Después de una hora, nos hicieron pasar a una sala grande. Dos mujeres estaban sentadas al fondo, una con expresión seria, la otra fumando un cigarro.
La que no fumaba se levantó, me señaló y se giró sin decir nada más, se fue de allí en medio de la oscuridad.
—La número 23 es la elegida. Las demás, gracias por venir.
No supe si debía llorar o agradecer, pero sí sentí un alivio que me hizo temblar las piernas. Con ese dinero, aunque solo fueran mil dólares, podía ganar tiempo, unas semanas más para mi mamá.
Solo eso me importaba.
Me citaron para el día siguiente en una oficina cuando llegué, el ambiente era distinto. Más oscuro, más tenso, dos hombres vigilaban la entrada, serios, sin parpadear.
La mujer del cigarro fue la que me recibió esta vez. Me sonrió como si me conociera de antes y me besó la mejilla.
—No me gustan las vueltas —dijo, encendiendo otro cigarro con calma—. ¿Eres virgen?
Su pregunta me cortó la respiración. El corazón me retumbó en el pecho y me puse de pie de inmediato, el cuerpo se puso alerta.
—No sé qué es esto, pero afuera hay gente esperándome, si no salgo, van a llamar a la policía —mentí. Ojalá mi amiga fuera tan lista como para entender que algo no estaba bien.
La mujer suspiró, exhalando el humo con una paciencia inquietante.
—Tranquila, qquí no se obliga a nadie, Pero quiero que sepas la verdad —dijo, mirándome directo—. El pago no es de mil dólares. Son cien mil.
Tuve que apoyarme en la silla para no caerme, mi mente se quedó en blanco.
Cien mil.
Cien mil dólares.
—¿Cien mil? —pregunté en un hilo de voz—. ¿Y qué se supone que tengo que hacer por esa cantidad? Porque esa pregunta suya no fue casual... ¿Porqué quiere saber si soy virgen?
Ella sonrió, Pero era una sonrisa seca, sin rastro de dulzura, más bien de control, de saber que se llevaría una buena comisión.
—La virginidad es solo una tela molesta. Y por ese “detalle”, hay hombres dispuestos a pagar mucho. Lo que te ofrezco no es una grabación. Es un contrato... especial —Sonrio —Aunque está vez el contrato es mucho más especial
Me dieron ganas de correr, Pero los dos hombres seguían ahí parados con esa actitud firme y peligrosa.
—Este fin de semana es la boda de Isabel Rivas y Santiago Mondragón. Supongo que sabes quiénes son.
Asentí con la cabeza mientras con mi mano apretaba mi ropa, claro que lo sabía.
Ella hija de un magnate, Él, uno de los herederos de un imperio de telecomunicaciones.
Una boda que estaba en todas partes, noticias, revistas, eran Perfectos e intocables.
—Yo no voy a entregarme a ninguna fantasía de esos dos —logre titubear, para ese momento ideas pasaban por mi cabeza sobre el ofrecimiento.
La mujer soltó una sonrisa burlona
—Dejame terminar, después puedes decidir.
Accedí moviendo la cabeza
—La señorita Isabel digamos que no se comportó muy bien en su despedida de soltera, y el novio quiere una novia virginal y fiel ¿Me entiendes?
—¿Y yo que tengo que ver en eso? —intente sonar altiva.
—Eres muy parecida, por no decir identifica a Isabel — la mujer me entregó la foto.
Era verdad, nos parecíamos mucho, aunque a ella se le notaba la clase y la cuna de oro por encima.
—Repito... ¿Que tengo que hacer yo? —deje la foto en la mesa.
—Reemplazar a la novia, ese día Santiago Mondragón quitará una virginidad, pero no la de la novia, si no la tuya.
Capítulo 5Santiago estaba fuera de sí, la habitación se llenaba con su voz furiosa, mientras la miraba enojado.Isabel, de pie junto a la puerta, intentaba mantener la calma, aunque sus manos delataban su nerviosismo por el temblor de sus manos—Sabes que la necesitas —dijo, con firmeza mientras su voz se quebraba por la rabia —. Luisa será tu enfermera y punto.Me quedé paralizada en ese momento. Verlo de nuevo ya era suficiente para helarme la sangre… pero verlo así, paralizado, con esa mirada que fria y furiosa me hizo perder el aliento.—Señor… yo le aseguro… —traté de hablar, pero la voz me salió rota.—¡Cállate! Nadie te pidió la opinión —escupió, fijando en mí una mirada que parecía quemar—. Si decides quedarte, te haré la vida imposible. Piénsalo bien.Giró la silla de ruedas y se alejó, impulsando los aros metálicos con una fuerza que parecía venir de la rabia. Lo seguí solo con la mirada, todavía sintiendo el peso de sus palabras en el pecho. Isabel suspiró y, con la voz qu
Capítulo 4Pasaron tres años.Terminé mis estudios en enfermería mientras cuidaba de Ethan, que se había convertido en un niño dulce, curioso y completamente encantador.Después de hablar con Matthew, el hijo de Margaret, decidimos esperar, necesitábamos estar preparados.Isabel había salido del país junto a Santiago apenas unos días después del incendio. Estábamos seguros de que ella había planeado todo. Incluida la muerte de su madre, era la única que salía beneficiada, no solo por engañarlo, si no por ocultar lo que había pasado.Quise seguir con mi vida, lo intenté, pero el odio se quedó conmigo, como si fuera un tatuaje sobre lo piel imposible de borrar.Esa mujer, por encubrir sus crímenes, destruyó todo lo que amaba. Como si nada ni nadie más importara.Me mudé a un pueblo alejado de la ciudad. Matthew me ayudó a conseguir una identidad nueva, un nombre nuevo, usando la identificación de mi amiga fallecida.Nos unimos más de lo que esperábamos, Ethan lo adoraba, lo veía como un
Capítulo 3Se quedó dormido a mi lado, tranquilo, despues de una noche de pasión.La luz que entraba por la ventana me permitió verlo mejor. Tenía el cuerpo marcado, fuerte, y un rostro tan atractivo que por un segundo me olvidé de todo.Me incliné con cuidado y le di un beso suave en los labios. Solo uno, como una forma silenciosa de cerrar lo que acababa de pasar.Me vestí deprisa, aún con los latidos acelerados. Al mirar la cama, noté la mancha en la sábana, la prueba de mi virginidad perdida.Uno de los escoltas de aquella mujer me esperaba afuera. No dijo nada, solo me tomó del brazo y me llevó por el pasillo sin darme tiempo de nada.Desde otra puerta salió ella, la “otra” Isabela, su esposa, la que ocuparía mi lugar en esa cama, fingiendo que fue su cuerpo el que él tocó, no el mío.No quise mirar atrás.Me subieron a una camioneta oscura. En el asiento de al lado, un maletín cerrado, con los dolares pactados.—Esto no pasó. A partir de hoy, lo olvidas. ¿Entendido? —dijo la mu
Capítulo 2Negué con fuerza, el corazón me daba golpes en el pecho mientras me levantaba de la mesa de un salto.—¡Por supuesto que no! ¿Qué clase de mujer cree que soy?La voz me salió quebrada por los nervios, Todo me asfixiaba: la garganta, el pecho, el aire en esa oficina que olía a perfume caro, Necesitaba salir de ahí. Ya.—Espero que seas inteligente —dijo ella con calma—. Con cien mil dólares puedes solucionar tu vida.Cien mil dólares, esa cifra aún se me hacía gigante.Apreté el bolso contra el cuerpo y caminé directo hacia la puerta. Los dos tipos que la acompañaban apenas se movieron, esperando una orden.—¡Déjenme salir! —grité, al borde de un colapso.Ella alzó la mano como ahuyentado una mosca.—Déjenla, si eres lista, y lo pareces, volverás mañana.No respondí. Salí con la cabeza baja, sintiéndome más pequeña que nunca. Crucé la calle sin mirar, huí sin rumbo hasta caer en el banco de un parque. Y ahí, por fin, llore.Lloré con rabia, con esa impotencia que te desgarr
Capítulo 1Narra Amelia...Estaba acostada sobre la cama, la piel expuesta al aire frío del cuarto, cubierta apenas por un ligero blanco que parecía más adorno que ropa. Lo único que quedaba de mí intacto, estaba a punto de dejar de ser mío.Mi virginidad.Entregada.Vendida.Y no a un hombre que amara, ni siquiera a alguien que me conociera. Se la estaba ofreciendo a uno de los hombres más poderosos del país porque necesitaba dinero, aunque él también estaba siendo engañadoDías atrás...Mi mamá se estaba muriendo, no me quedaban muchas opciones en la manga, los billetes en mi cuenta desaparecían mas rápido —Tienes que pagar antes del fin de semana el tratamiento de tu madre, o no podremos continuar —me dijo el médico, sin rodeos y algo frío.Su voz todavía me retumbaba en la cabeza mientras empujaba la silla de ruedas hacia la casa. Mi mamá sonreía con una ternura que solo ella podía darme, aunque el cansancio se le notaba, las quimioterapias la desgastaban.—Hija... ya no sigas pe
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