El amanecer trajo consigo un aire distinto. Ya no era el bullicio cotidiano de la manada, ni la tranquilidad de los días de trabajo, ni la rutina de los entrenamientos. El aviso había sido enviado a cada rincón de la manada, todos los guerreros debían reunirse. No había excepciones. Los inactivos, los retirados, aquellos que habían colgado sus armas, todos estaban obligados a volver al frente.
Jennek lo sabía desde el momento que supo que una guerra se acercaba. Había asentido en silencio, consciente de que esa orden lo alcanzaba también a él. Por más que sus manos ahora se acostumbraran más al calor del hogar que a las garras manchadas de sangre, el deber llamaba, y no podía negarse.
Esa mañana antes de ir al campo de entrenamiento se tomó su tiempo para ver a su hijas y apreciar cada uno de sus movimientos.. Elia y Ava corrían de un lado a otro, discutiendo sobre qué muñeca llevar con ellas, sin sospechar el verdadero motivo por el que su padre las estaba alistando.
—Papá, ¿por qué