El aire estaba cargado de tensión. Desde el amanecer, los lobos patrullaban sin descanso, moviéndose por los límites del territorio, atentos a cualquier sonido o movimiento extraño. El viento traía un olor metálico, anticipando la guerra antes de que comenzará.
Jennek caminaba al lado de Nolan, observando a los guerreros que corrían de un punto a otro.
—Todo está en su sitio —dijo con tono firme—. Los grupos norte y oeste ya patrullan la frontera.
Nolan asintió, revisando el mapa extendido sobre una roca. Sus dedos trazaron la línea del bosque.
—Quiero dos parejas más en el extremo del río. Si Bertulf planea un ataque, será por ahí.
Jennek soltó una risa breve.
—A veces olvido que no eres solo un sabio como lo era tu padre, sino un estratega —dijo, dándole una palmada en el hombro.
Nolan sonrió levemente.
—No me subestimes, Jennek. En la guerra, los sabios también sangran.
Hubo un silencio breve, solo roto por los pasos de los guerreros. Jennek observó el horizonte, como si buscar