El silencio en la celda se había vuelto un enemigo invisible. Las gotas que caían del techo marcaban el paso del tiempo con una precisión cruel. Lyra se encontraba sentada contra el muro, abrazando sus rodillas, mientras su respiración se guiaba con el ritmo irregular de su corazón. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que Bertulf la visitó; quizás horas, quizás más o menos, el tiempo en ese lugar era una tortura. Lo único que sabía era que el miedo inicial había empezado a transformarse en otra cosa, duda, y luego, reflexión.
Miró su mano. Las quemaduras por la plata habían comenzado a cerrarse lentamente. Había lavado las heridas con el poco agua que le dejaron y ahora la piel, aunque enrojecida, mostraba signos de curación. También había logrado vendarse con retazos de su blusa. El cuerpo dolía, sí, pero lo que más le dolía era el alma.
Las palabras de Bertulf resonaban una y otra vez en su mente.
"Ragnar hizo un trato conmigo… para usarte y acabar con los vampiros."
Cuando l