—Te he hecho sangrar.
—Bruta —dice, y saca los dedos de mi sexo lentamente y me los mete en la boca. Observa con detenimiento cómo los lamo y una leve sonrisa se dibuja en sus labios. Ya ha conseguido lo que quería otra vez: que me rindiera ante él.
Me coloca sobre la encimera.
—¿Por qué huías de mí? —Busca mi mirada mientras apoya las manos a ambos lados de mis muslos y se inclina sobre mí.
Yo agacho la cabeza. No puedo mirarlo a la cara. ¿Qué voy a decirle? ¿Que me he enamorado de él? Quizá debería hacerlo, así a lo mejor se agobia y me deja en paz. Finalmente, me encojo de hombros.
Me pone el dedo índice bajo la barbilla y me levanta la cara para obligarme a mirar su atractivo rostro.
Arquea una ceja a la espera de mi respuesta.
—Contéstame, nena.
—No lo sé.
Pone los ojos en blanco y me aparta la mano del mechón de pelo que me estoy enroscando alrededor del dedo.
—Mientes fatal, Addison.
—Ya lo sé —resoplo. Tengo que dejar esta manía ya.
—Dímelo ahora mismo —orde