Capítulo 6

—Señorita Carter.

Él se levanta de la silla detrás de su escritorio; lo sigo con la mirada hasta que está completamente erguido. Es muy alto. Su camisa de vestir parece desordenada, llevando las mangas recogidas y la corbata floja.

Aun así, no deja de verse increíblemente atractivo. Rodea el escritorio y se acerca a mí. Es ahí cuando lo veo de cerca y casi me desmayo. Trago saliva; el hombre es tan perfecto que casi me resulta irreal.

Tiene el cabello oscuro y húmedo, como si acabara de salir de la ducha y hubiera desistido de arreglárselo.

Sus ojos son otro claro encanto en él; brillantes a pesar de tener un color oscuro e intenso. El tenue vello en su mandíbula cuadrada no logra ocultar los hermosos rasgos que hay debajo.

Su piel está ligeramente bronceada y tiene un pequeño lunar justo debajo de…

¡Ay, Dios mío!

—¿Señorita Carter? —Vuelve a decir, levantando su mano.

Debo parecer una tonta. Mi cuerpo no consigue moverse y responder su saludo. Sigo sumergida en su belleza. Cuando no ofrezco mi mano, él pone las suyas en mis hombros, se acerca más a mí y besa ligeramente mi mejilla ardiente.

Su acción hace que me tense por completo. Escucho los latidos de mi corazón en mis oídos, y aunque nunca he sido de las que tienen contacto físico con un desconocido, y menos de esta manera, no hago nada para detenerlo.

—Mucho gusto en conocerla. —Susurra en mi oído.

Su voz casi hace que suelte un gemido, y él está totalmente consciente de mi estado. Baja su cara hasta mi altura y me observa satisfecho y engreído.

¿Satisfecho por qué?

¿Acaso sabe lo que provoca?

Oh sí, claro que lo sabe.

—¿Se encuentra bien? —Me pregunta con una de las comisuras de sus labios levantada, como si escondiera una sonrisa.

Quisiera darle una patada, directo en el rostro y borrarle esa sonrisa, pero él no tiene la culpa de ser tan guapo y solo por eso ya lo detesto.

Salgo de mi ridículo estado y miro a mi alrededor, notando que el grandulón ya no se encuentra ahí. ¿En qué momento se fue?

Doy un paso hacia atrás, alejándome del señor White y de su potente cercanía que no me deja pensar con normalidad.

—Hola, señor White. Me llamo Addison. —Aclaro mi garganta.

Él baja la mirada observando sus zapatos mientras esconde una sonrisa más amplia.

—Llámame Nick, Addison. —Sus labios susurran tan bien mi nombre que al instante deseo que lo vuelva a decir. Pero sé que es mejor que no lo haga.

—Mucho gusto, Nick. —Extiendo mi mano y él duda en tomarla, pero cuando lo hace, puedo notar que tiembla un poco al apretarla.

Ahora es él quien parece haberse ido de este universo, mientras yo soy cada vez más consciente del calor que hace en ese lugar.

De pronto, regresa y recobra el sentido. No deja de mirarme y luego mueve ligeramente la cabeza y se retira hacia atrás.

Estoy a solas con este hombre que me ha dejado inmóvil, sin habla, y prácticamente en un estado de vegetación vergonzosa. Ni siquiera le he preguntado por qué estoy ahí.

Señala un sofá detrás de mí para que tome asiento, y él hace lo mismo con el que está enfrente. Lo único que nos divide es la mesita café del centro, la cual está llena de varias botellas de alcohol.

—¿Gustas algo de beber? —me ofrece, pero espero que no se refiera al alcohol. Es mediodía.

—No, gracias —digo, pero también muevo la cabeza por si acaso no soy consciente de que las palabras no me salen.

—Oh, ¿prefieres agua? —me sigue mirando mientras sus dientes juegan con sus labios.

¡Santísimo Dios, no me mires así!

—Sí —le digo—. Por favor.

Se levanta de su lugar y camina hacia la pequeña nevera en una esquina. Cuando se aleja, mi conciencia vuelve a tomar control de mí, y entonces soy capaz de preguntar por qué estoy ahí.

—Paolo Richi. —El nombre de mi jefe sale de su boca. Cuando creo que me dará el agua y regresará a su lugar, me sorprende tomando asiento a mi lado.

¡Jesús!

Huele a gloria bendita, agua fresca y mentolada. Pero al mismo tiempo creo reconocer su fragancia de algún otro lugar.

Toma un vaso de la mesita del centro y abre la botella de agua, vertiendo el líquido en él. Me extiende el vaso y de nuevo su mirada me abruma.

Me acomodo en el sofá y llevo el vaso a mis labios tratando de parecer lo más tranquila posible, pero fallo en el proceso al temblar un poco.

—¿Mi jefe sabe que estoy aquí? —pregunto por qué todo esto me parece muy extraño.

No quiero verlo, pero es imposible no hacerlo. Él me sonríe y yo me derrito. Lleva la botella hasta sus labios adorables, la misma botella de la que me sirvió, y me observa por encima.

Rompo el contacto visual y tomo de nuevo de mi vaso para distraerme. Me está costando trabajo dominar mis nervios.

No tiene sentido. Jamás un hombre me había llegado a afectar de esta manera.

—Fue idea de él, que estuvieras aquí.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP