—Ah. —Trato de preguntar cómo es eso posible. Pero mis palabras no salen.
—Creo que no hiciste bien tu tarea al venir.
—¿A qué se refiere?
—Paolo me contó del libro que estás por escribir, quiere que te oriente. —Mi expresión debe ser todo un poema cuando él empieza a reír. Ese sonido angelical.
—Soy sexólogo. —Continúa, y siento cómo mis mejillas arden de vergüenza.
¿Paolo me mandó a ese hotel? Creí que había sido idea de Nina. Ahora estoy de vacaciones en ese hermoso lugar, mientras un sexólogo me va a ayudar a escribir mi libro.
No sé qué pensar. Espero que no se dé cuenta de mi nulo conocimiento en el tema; sería muy vergonzoso. Pero la idea de poder aprender no me molesta, si él no fuera tan engreído y hermoso.
—¿Un sexólogo, dueño de un lujoso hotel? —No me parece muy común.
—Así es —dice suavemente—. Pensé que me encontraría con una mujer más madura y reprimida sexualmente. Tú eres muy joven.
Sus palabras calan en mi autoestima; soy joven, pero estoy reprimida sexualmente. No q