—Dímelo —insiste mientras entra en mí con una precisión angustiante.
—Es como si estuvieras hecho a mi medida —digo en un tono tan uniforme y seguro como la expresión de su rostro. Él también lo piensa.
Sonríe y se inclina para besarme con ternura mi piel sensible. Después se pone de pie, me agarra por debajo de los muslos y eleva la parte inferior de mi cuerpo para colocarse bien. De repente me encuentro levantando también mi parte superior, apoyada sobre las palmas de las manos para poder ver cómo me penetra. Y es una escena maravillosa.
Los dos nos centramos en su rígida polla mientras la acerca a mí sin usar las manos, como si tuviera un dispositivo de localización que la lleva justo a donde pertenece. Llega al umbral de mi cuerpo y la mantiene ahí unos instantes, limitándose a acariciar mi húmedo vacío juguetonamente. Impaciente como siempre, enrosco las piernas alrededor de sus lumbares y tiro de él hacia mí, pero no se mueve. No hasta que él lo diga. Y no lo dice.
Sonríe con un