—¿Estás contenta? —pregunta a pesar de que es bastante evidente que estoy que no quepo en mí de la dicha.
—Estoy loca de alegría. —Hundo los dedos en su pelo y le doy mi característico tironcito.
—Entonces, mi misión aquí ha terminado. —Acerca la boca a mi cuello y me lo muerde suavemente antes de despegarse de mi cuerpo—. Voy a traer las maletas.
—Te ayudo —digo sin pensar, siguiéndolo hasta la parte trasera del vehículo. Me detengo al instante en cuanto se gira y me mira con cara de advertencia—. Vale, pues no te ayudo. —Levanto las manos de manera pacífica, me acerco al asiento para tomar mi bolso y sigo a mi hombre hacia la villa de una sola planta.
Deja las maletas en el suelo brevemente mientras prueba al menos tres llaves diferentes hasta que por fin encuentra la correcta. La puerta se abre y de pronto me veo sumida en una absoluta oscuridad. Sólo unos pequeños rayos de luz penetran por los agujeros a través de las persianas bajadas. No veo mucho, pero sí que huelo, y dentro ta