—Oye, tranquilízate. —Parece nervioso—. ¿Dónde estás?
—¡En la puerta! ¡He estado llamando al interfono y nadie me abre!
—Addison, tranquila. Me estás preocupando.
—Te necesito —sollozo, y el sentimiento de culpa que me ha estado devorando durante días se apodera de mí—. Nick, te necesito.
Lo oigo respirar con dificultad. Está corriendo.
—Nena, baja el parasol del coche.
Me enjugo las lágrimas y tiro de la visera de cuero blanco. Hay dos pequeños dispositivos negros. No espero instrucciones: pulso ambos y las puertas se abren. Arrojo el móvil sobre el asiento del acompañante y piso a fondo. Lloro como un bebé; los lagrimones me caen como peras mientras serpenteo por el camino bordeado de árboles. Todo está borroso hasta que veo el Aston Martin de Nick, que viene hacia mí a toda velocidad. Piso el freno, salgo del vehículo y corro a su encuentro.
Está aterrorizado al bajar del coche. Deja la puerta abierta y corre hacia la histérica de su mujer. No puedo evitarlo: le estoy dando un sust