—Feliz como una perdiz. ¿Y tú? —Erick parece estar muriéndose de la curiosidad, y ahora que he apartado la vista de la cajita, recuerdo cuándo nos vimos por última vez.
—Muy bien. —No saco el tema, y en su cara aparece una sonrisa picarona.
—No me canso de decirlo: ¡ese hombre está muy sexy cuando se enfada! —dice al tiempo que se abanica con un posavasos—. ¡De infarto!
Doy un respingo y miro de nuevo la cajita. ¿Qué me habrá comprado?
—¿Quién ha traído esto? —pregunto, levantándola.
—La chica de la floristería —contesta Erick sin mucho interés.
Vuelve a su ordenador y me deja a solas para que abra la cajita de regalo, que está envuelta con todo el mimo del mundo. Suspiro cuando la abro y me encuentro con un Rolex de oro y grafito. Es la versión para mujer del relojazo de Nick, pero es otra responsabilidad más.
—¡Mi madre! —Laura casi se cae de culo al ver el contenido de la caja—. ¡Uy, uy, uy! ¡Es precioso!
Sonrío ante su entusiasmo, lo saco y me lo pongo en la muñeca. Sí que es prec