Veo cómo sus ojos me miran, escudriñándome como si pudiera descubrir algo oculto en mi interior. Me acerco con calma hacia el iPad para apagar la música, pero ella se aleja, como si temiera que fuera a tocarla. Sonrío con desdén, negando con la cabeza. ¿Ahora me teme? Por eso no me quería involucrar con ella. Todos, al descubrir quién soy realmente, se alejan como si tuviera lepra.
—Solo voy a apagar la música —musito con una sonrisa amarga—. No la voy a herir, teniente Moretti —escupo el título como si fuera veneno en la lengua.
Ella frunce los labios, los presiona con rabia antes de tomarme del brazo. Un contacto que me irrita y al mismo tiempo me duele.
—Sé que no vas a herirme —susurra. Me río con burla, sacudiéndome su agarre—. Por favor, no seas así. Puedo...
—¿Y cómo se supone que debo ser? Le debo respeto porque engañó al líder de la mafia rusa —respondo con frialdad, apago la música que me aturdía y me alejo—. Tanto que me pediste honestidad. ¡Te metiste en mi vida, Arya! Te