Había dejado a Arya en buenas manos. Solo necesitaba calmar mi sed de venganza e iría nuevamente hacia ella.
No podía ni iba a dejarla sola, pero más me ganaba acabar con el tipo que tocó a mi mujer.
El sótano olía a humedad y a miedo. La tenue luz de las lámparas colgantes lanzaba sombras danzantes sobre las paredes manchadas de sangre seca. Los hombres estaban encadenados, sus cuerpos temblaban y la desesperación era un manto pesado que les aplastaba el alma.
Duff estaba entre ellos, altanero hasta el último aliento, con la arrogancia de quien cree que el mundo le pertenece. El mundo me pertenecía a mí. Sus ojos, al vernos llegar, estaban llenos de un terror palpable, porque sabía lo que se avecinaba.
—Fui engañado por mis superiores —¿rogó o suplicó? Debe ser lo mismo, pero soy bruto y no lo entiendo—. ¿Dónde están mis hombres? ¿Dónde está la información que debían sacar de ustedes?
Su voz se quebraba, y cada palabra era como un puñal para él mismo.
Me acerqué, con la sonrisa oscu