Extra | 41

La mañana siguiente se sentía contaminada. No había amanecer para mí; la ciudad estaba envuelta en una neblina gris que reflejaba el estado de mi alma. Regresé a la mansión Lombardi antes de que el personal de la cocina encendiera las luces, entrando como una sombra furtiva, como una intrusa en mi propia vida.

Me encerré en mi habitación con seguro. El olor a Dalton era sutil pero persistente, adherido a la piel, incrustado en la memoria de mis músculos. Me desvestí con prisa frenética, sintiendo la repugnancia moral de mi propio acto, y me dirigí a la ducha intentando borrar la evidencia física de la noche anterior.

El agua caliente golpeó mi piel, pero no lograba limpiar la mancha de la traición. ¿Qué había hecho? Había destruido siete años de esfuerzo por la estabilidad en un arrebato de deseo desesperado. La pasión con Dalton no había sido romántica; había sido una necesidad primigenia, una confirmación de que él era mi droga, y yo era su adicta, y que ningún psiquiatra nos ayudar
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