Dejé a Mirakel al cuidado de mi equipo de seguridad de más confianza, en un ala blindada de la mansión.
No bastaba con reforzar la puerta; la sala era un búnker de acero y cristal antibalas. La sensación de tener que enclaustrar a mi propio hijo me repugnaba, pero la necesidad era absoluta. Mi furia, ese torrente caliente que me había llevado hasta el asaltante, se había enfriado abruptamente, dejando paso a una claridad brutal y helada. La frase del intruso, "Cain," no era un murmullo al azar. Tampoco lo era la copia del archivo de Massimo.
Todo estaba conectado en una red tejida con mentiras antiguas.
Fui directamente al estudio de Darak porque él tenía respuestas a mis preguntas. Lo encontré sentado detrás de su imponente escritorio de caoba, con la pantalla del monitor mostrando las noticias discretas del hospital y vigilando la vida de Daisy. Su rostro estaba hundido, agotado por la vigilia y la tensión, pero sus ojos, normalmente astutos y dominantes, estaban ahora llenos de una