Dalton estaba en la UCI, junto a Daisy.
Yo tomé la batuta. Era el viejo líder regresando a su elemento; a la guerra sucia y la traición calculada. Esa era una contienda que yo había iniciado hacía décadas al traicionar a Elias Zarkos, y era mi deber y mi última penitencia terminarla. No me sentía en ambiente como mi hijo. Estaba viejo y cansado. Ya no tenía la misma energía de cuanto tenía treinta o cuarenta, y la vida me golpeó fuerte.
La confrontación se organizó en una bodega abandonada del puerto de Brooklyn. Era un lugar neutral y desolado que olía a sal marina, a óxido frío y a olvido, perfecto para un encuentro que solo podía tener un sobreviviente, y esperaba que fuese yo.
Avery no quería que fuese. No quería que fuese la carne ce cañón, pero no me sentía cómodo dejando que mi hijo peleara esa guerra solo. Le mentí para que no supiera el día exacto ni el lugar del final. Ya mi Dalton había luchado mucho y debía ser feliz con su mujer.
Le hice saber a Elias, a través de una cad