El golpe del mazo del juez fue un trueno distante; un sonido irrelevante en mi griterío interno desde que mis ojos cayeron en los suyos. Mi mundo se había reducido a la mesa de la defensa y a una silueta envuelta en lana fría, color azul medianoche.
Giró la cabeza y el universo, que yo creía haber estabilizado con mi Constante Lambda, se desintegró.
Ahí estaba.
Daisy Lombardi.
Después de una galaxia entre nosotros.
Mi corazón dejó de ser un órgano y se convirtió en una caja de resonancia para el pánico y el deseo. Sentí un latigazo de dolor justo donde la herida de mi padre me había hecho temer lo peor, pero eso era peor, el verla a tres metros de mi, idónea y perfecta, y tan lejana como cuando tenía ensoñaciones con ella en Zúrich.
Ella estaba diferente. Pulida, esculpida, elegante y con rasgos de altivez. Había borrado a la niña de faldas irregulares y piernas vendadas. Su cabello, antes un desastre de rizos rebeldes, ahora era un moño perfecto, una aureola oscura de disciplina. Su