Había pasado las últimas semanas viviendo en un estudio de televisión, en el epicentro de un huracán mediático que yo misma había desatado desde el momento que decidí mostrarle al mundo que estaba más viva que nunca. Mi voz, antes silenciada por las pastillas, ahora resonaba en cada rincón de la ciudad. En las entrevistas de radio, mi tono era calmado, roto solo por las lágrimas estratégicas que me ganaban la empatía del público.
—Me encerró allí. Darak me encerró —declaré ante los micrófonos, mi voz un hilo de seda que se tensaba con cada mentira—, porque la verdad de su imperio era demasiado oscura para ser vista, y yo era la única que la conocía. Su psiquiátrico fue su forma de silenciarme y de separarme de mi hijo.
La narrativa era impecable: la esposa atormentada que había regresado de entre los muertos para reclamar lo único que importaba. Anuncié mi intención de moverme legalmente para pedir la custodia completa. No era una amenaza vacía; era la única manera de hundir la daga e