El infierno personal tiene un olor distinto. No huele a azufre, sino a cuero viejo, a humo espeso y al perfume barato que usan las mujeres que bailan para el olvido. Llegué al club buscando una cloaca para verter la rabia y la excitación que me consumían. Ver a Avery viva, de la mano de Viktor, había encendido un fuego que no pude apagar. Necesitaba quemar algo o a alguien.
La atmósfera era roja, oscura. Cuerpos moviéndose con una cadencia hipnótica en los escenarios diminutos. Hombres de negocios con corbatas flojas, bebiendo el veneno del placer fácil. Me abrí paso hasta una mesa en la esquina, un santuario improvisado. Un trago, cortesía de la casa, apareció en segundos y lo empujé a mi garganta. Lo mejor que podía hacer esa noche era olvidarme por completo de Avery. Avery era una toxina en mi… ¿corazón?
Nunca en mi patética vida sentí celos pro nada ni nadie. Me asqueaban los celos. Me asqueaba perder la vida y la cabeza por algo que solo sucedía a mi alrededor. Mis amigos solían