Tres días.
Tres días de silencio. Avery se había quedado quieta, atada a mi cama, con los ojos cerrados, como si estuviera durmiendo, pero yo sabía la verdad. Yo sabía que su mente, su rabia, su odio, estaban en constante movimiento. Ella era un volcán dormido, y yo su detonante. La había dejado en la oscuridad, en el silencio, para que su mente se consumiera en su propia miseria, para que la venganza, que una vez fue su motor, se convirtiera en una cadena, y funcionó.
Dormía a su lado cada noche, recordándole que no era una persona normal. Mis sirvientas la alimentaban, la limpiaban e incluso le cambiaban la ropa y curaban sus heridas, todo en la cama. La cama se convirtió en su cárcel personal, y me sentía grandioso.
La noche de mi fiesta anual había llegado. La ciudad, se preparaba para la celebración. Mi mansión era un monumento a mi poder, una fortaleza de cristal y de acero, pero no quería que esa celebración fuese allí, sino en uno de los hoteles cinco estrellas más grandes de