El caos había sido sofocado, pero la rabia persistía. Mi oficina, una vez más un santuario de orden, se sentía como una jaula. El silencio era un veneno que me recordaba la audacia de esa chica. Avery. Se había atrevido a tocar mi mundo, a usar mis propios peones en mi contra. El precio de su osadía sería su alma, su vida, su libertad, y también un costo lo suficientemente alto por su cabeza.
Me recosté en mi silla, mis dedos se movieron sobre la mesa y una sonrisa de pura satisfacción se dibujó en mi rostro. El juego había terminado. Ahora, la caza había comenzado. Pensé en qué hacer para que volviera a mí. Por sus propios medios no sería, así que usaría a las personas a las que recurriría. El general Stone tenía una debilidad como todos, así como Zero. Uno el dinero, el otro la familia. Todos eran piezas en mi tablero, y solo debía moverlos.
—Quiero que pongan una recompensa por la cabeza de Avery Fox —ordené a mis hombres—. La quiero en los círculos clandestinos, en el submundo, en