La fiesta había terminado, y Hugo había sobrevivido a la familia de Iris. Quienes no dejaban de hacerle preguntas. La abuela estaba recostada en los muebles, mientras Cian y su mamá terminaban de recoger las cosas en la cocina.
Iris tomó a Hugo y lo guió escaleras arriba. Pero justo cuando iban a mitad de camino, su padre se levantó y se acercó a las escaleras.
—Iris Lucía Lambert, ¿a dónde van? —nunca antes había visto a su padre reaccionar de esa manera. La paralizó por completo, y por un momento, volvió a sentirse como una adolescente.
Solo que esta vez, ya no lo era. Y Hugo no era un chico cualquiera: era un hombre, y ella, completamente una mujer.
—Por el amor de Dios, Ciaran. Déjalos en paz —intervino la abuela con teatralidad—. ¿O es que acaso no quieres que Iris me dé bisnietos? No me quedan muchos años de vida y es mi anhelo más grande.
—Abuela —protestó Iris, sintiendo cómo el rubor le subía por el cuello hasta las mejillas.
—¿Qué? ¿Acaso dije una mentira? —replicó la ancian